domingo

VII

Da un mordisco en la almohada
como si fuera el hombro de su amante,
-con explícita furia-,
como lo suele despertar de noche
para que él la ame a dentelladas;
muerde las sábanas como si fueran piernas,
músculos en tensión, los peces vivos
de sus brazos, ese animal que pide que lo alivien
de una impaciencia casi atormentada,
araña el colchón frío y es una espalda lisa
sobre la que se tiende
como una planta acuática en la arena.
Un tiro de fusil la vuelve polvo
y no hay dientes ni brazos ni indecencia
en sus ojos, fijos en el cielorraso
y en la pintura que se descascara
como mínimas hojas:
es ángel, monumento, paz perpetua,
un puñado de nieve derritiéndose,
objeto transparente y luminoso.

VI

Oye otra vez la catarata sorda
así, todas las noches, del momento
que una granada le voló las manos;
zumbido persistente, pesadilla
oscura como el sueño de una ciega.
Así, todas las noches, ella espera
que aquella catarata se congele
como la adolescente desquiciada
que derriba una puerta a puñetazos
o la anciana que busca largamente
el modo de morir sin darse cuenta:
busca una silla frente a la ventana,
el té al amanecer, la luz confusa
para cerrar los ojos.
Pero la catarata no descansa.
Una mañana sale de su cuarto
a la calle y al ruido de los coches,
al estrépito blanco de una iglesia;
es la virgen de velo telaraña,
la mártir de las manos en gangrena,
la del amor que imita a la tortura;
se tapa los oídos, lanza un grito
en el medio del tráfico.

lunes

V

El universo crece a cada instante
como un vapor maligno; ya no hay orden,
no hay paz, tan solo queda
la belleza sutil de las deformidades,
la imposibilidad de saber cuándo arrepentirse
de lo que se ha callado,
la voz de Heisenberg hablando de lo incierto
en la física cuántica,
el doble comportamiento de la luz,
las cosas que se caen,
la inclinación de todo a detenerse.
Tuerce su trayectoria una bala
y mata a otro, y el culpable se salva;
allí lo imprevisible del amor,
espejo curvo, escalera invertida,
una forma geométrica engañosa
como estar preso en un caleidoscopio.
Todo el fulgor que ves es la ceniza
-a años luz de distancia-
de alguna estrella muerta
que explota por su propia gravedad.

miércoles

IV

No hay que mirar adentro de los ojos
nunca. Es demasiado el riesgo,
y no hay gloria ninguna en hallar algo:
sólo se ve la sangre, ligamentos,
puntos ciegos, conos de luz y sombra,
maquinarias exactas.
No hay que mirar adentro de los ojos
nunca: puede cosérsete el horror del cielo
de ojo a ojo, grabarse
como aguafuerte en una piedra negra.

domingo

III

¿Qué pensaste al cruzar por ese bosque,
como amazona pálida y suicida?
Tu desnudez te vuelve inquebrantable
y sin embargo esclava,
inmensa y frágil como un acantilado,
blanquísima, veloz, contra la fronda oscura.
Vas a caballo de cualquier deseo
que pueda abandonarte entre los árboles,
arquear el lomo y arrojarte al agua,
pero el deseo no existe:
es como un rastro en el estiércol húmedo,
un caballo que pasa, una amazona
de pelo fuego frío,
unos ojos de tísica,
unas mejillas con aroma a fiebre.

viernes

Tal vez como tenía que ser: arriba de la bici, por un camino de tierra, guiando al grupo de ciclistas que lo vio caer al suelo, así nomás, del paro al corazón que lo sostuvo en sus tres cruces a los Andes en bicicleta. Cincuenta y siete años, mi viejo. Tal vez del modo que tenía que ser, pero no en el momento oportuno, y no me vengan con las teorías del destino, de quien sabe qué designio divino, con que "nadie muere antes de tiempo". Se hubiera visto ridículo con esa mortaja blanca, la misma cara de conde transilvánico de cejas negras y pobladas, pero más pálido que de costumbre, con una expresión indefinible que me hacía pensar en que se despertaría entre risas diciendo "fue una bromiiiita!"; se hubiera indignado viendo la cruz que por rutina le habían puesto sobre la cabeza. El velatorio fue un espanto. Yo nunca había ido a uno y no tenía ese plan para el domingo a la noche ni para nunca, y no quería ancianas dolientes compadeciéndose, sólo quedarme sola en un rincón, no necesitaba despedirme si ya me había despedido con el abrazo que le di la última vez que cenamos juntos sin imaginar que era la última. Él no sufrió, claro, pero ¿qué consuelo? ¿qué mierda de consuelo puede ser si yo sufro tanto por todo lo que no voy a ver, por todo lo que no va a ver, por mis hijos que no van a conocer a su abuelo, por las cosas que no me contó, por las que yo no le conté creyendo que ya habría ocasión? ¿Por qué no le pregunté más sobre su infancia en la calle Patagones, sobre su juventud como maquinista de barco pesquero en el puerto de Mar del Plata, sobre sus largas vacaciones del 76’ en los subsuelos de la Base Naval? Había una zona cerrada a la cual era imposible acceder, a excepción de aquellos momentos en los que se ponía melancólico y lloraba y decía que el cielo no existía pero que él había conocido el infierno, que me quería, que sus hijas habían sido lo mejor que le pasó en su vida. "Templanza y paciencia", me diría ahora, hasta puedo oírle la voz, y me abrazaría. Yo no puedo hacer más que extrañarlo siempre.

miércoles

Llegó buscando "fotos del verdadero misterio" pero no encontró nada: ni fotos, ni palabras, ni respuestas. Yo también busco frases incoherentes en la infinitud de la red cuando no tengo ganas de revolver adentro ni de moverme de la silla o de la cama o de la mesa, como hoy. Agarro óleos pasteles y arruino toneladas de hojas con garabatos infantiles, escribo sobre las fantasías más perversas que jamás daré a conocer en público, vegeto al lado de la estufa y, como soy tan poco metafísica, me hubiera preguntado por las "fotos verdaderas del misterio", puesto que no está en discusión que el misterio sea cierto en sí mismo, o que haya misterios de mentira, aunque hay tantas veces en las que no quisiera comprobar que vivo entre fantasmas. Otro, enojado porque la nieve no pasó de ser un simulacro, evade la frustración pretendiendo hallar -in fraganti y al alcance de sus ojos- "pendejas drogadas cogiendo". Lamento decepcionarlo con las dos terceras partes de su requerimiento, pero ya que vino, me encantaría saber con qué cantidad de drogas encima puede uno coger de modo respetable, por ejemplo. El segundo párrafo de la página 139 de mi libro de cabecera dice que "excluidos los raros momentos en que se ofrece el cuerpo por amor, también la persona que nos ha amado se deja hacer y hace sólo por cortesía o desinterés, más o menos resignada como una meretriz". El amor puede durar tres horas, dos semanas o cien años pero la cortesía y el desinterés están junto a la lástima y esa sí que es persistente. Siempre que intento ser sentimental parece que me riera, y a la inversa, siempre que me río me avergüenzo de cuán idiota y sentimental puedo llegar a sonar, porque no sé cómo evitar ser una "literata cansina" por más que hable con oraciones largas, que es tiempo de asumir con una leve pena que mucho de esto estuvo, está y posiblemente estará dirigido de manera implícita a alguien que no conoce su existencia, aunque tal vez ya la conozca y entonces sepa, incluso, de la tristeza ancha que se esconde tras el desinterés que le demuestro por pura cortesía. En este momento quisiera tener un blog de minita para no desentonar con la declaración, pero ésto es lo que hay, resaca emocional (mal) disfrazada de literatura, y ninguna gana de filosofar sobre la teleología hegeliana a excepción de la pregunta: "¿por qué todo debería tener un fin último?", y actitud de niña confundida, y frasecitas crípticas, y hartazgo.

domingo

PRO

Los veo saltando como hienas en celo, agitando sus sucios trapos amarillos y quisiera morirme, huir a las playas de Boulogne-sur-Mer, Francia, inmolarme con un cinturón de dinamita en medio del festejo de los magnates, los analfabetos políticos y el mediopelaje lumpenburgués, salir con un palo a romper vidrieras, derramar lágrimas de furia, dedicarme a experimentar con hongos alucinógenos y a la tarjetería española, tejer escarpines para los niños de Somalía, dejar los hábitos, fundar una sociedad protectora de animales, ametrallar los colectivos atestados de burros fascistas, tomar el primer transbordador destino Plutón y escribir desde el vacío, mientras observo, con pesar, cómo revienta el planeta con sus pasajeros.

miércoles

Sobre la violencia

De la misma manera ingenua en que lo hacía cada vez que aparecían los tiranosaurios en Jurassic Park, o sufría con las cachetadas en las telenovelas, las escenas violentas aún me obligan a taparme los ojos, pero no puedo dejar de oír los gritos y los disparos, el silencio, el llanto que los sucede, un olor a muerte, la piel chamuscada por las balas de fogueo, el pasto manchado de sangre. Con los dinosaurios es más simple porque ya no existen, pero ¿cómo tolerar tan sólo la vista de la tortura, por más que sea una simulación? "¡Si es salsa de tomate!" y los actores se ríen, cámbienle esa camisa y repitan la toma, ella quiere un vaso de agua: todo es mentira, sí, pero yo sigo sin querer mirar.

domingo

El museo salvaje sigue vivo, de todos modos...

Cerrado -no sé por cuánto-


¿SON TODOS FELICES?

El honor de vivir con honor gloriosamente,
El patriotismo hacia la patria sin nombre,
El sacrificio, el deber de labios amarillos,
No valen un hierro devorando
Poco a poco algún cuerpo triste a causa de ellos mismos.

Abajo pues la virtud, el orden, la miseria;
Abajo todo, todo, excepto la derrota,
Derrota hasta los dientes, hasta ese espacio helado
De una cabeza abierta en dos a través de soledades,
Sabiendo nada más que vivir es estar a solas con la muerte.

Ni siquiera esperar ese pájaro con brazos de mujer,
Con voz de hombre, oscurecida deliciosamente,
Porque un pájaro, aunque sea enamorado,
No merece aguardarle, como cualquier monarca
Aguarda que las torres maduren hasta frutos podridos.

Gritemos sólo,
Gritemos a un ala enteramente,
Para hundir tantos cielos,
Tocando entonces soledades con mano disecada.

*
Luis Cernuda, Donde habite el olvido.

martes

Bordes

Se dice que "los cuerpos tienen memoria", que tanto un golpe como una caricia pueden resucitar en la carne a la sola voluntad del memorioso. Sin embargo, la memoria del golpeado y la del golpeador, como la de los amantes, suele crecer en rumbos contradictorios cuando sus cuerpos ya no se amarran ni se castigan, y entonces lo que en cada uno de ellos era el otro, con el otro ausente, pasa a ser una pieza de rompecabezas con los bordes comidos o ásperos. Y cuando se intenta hacerlas coincidir, por la inercia de la esperanza o de la costumbre, en lugar de fundirse, se quiebran.

domingo

Si tuviera un blog así como "de minita" que habla de la *tanga* de encaje que se compró *ayer*, y de lo loco que se va a volver *Él* cuando la vea, *shisus* -no sé qué *carajo* significa pero hay que usar la muletilla-; decía, que si mi blog fuese como ésos, todos los días tendría algo que contar para ponerlos al tanto de mi vida agitada, novedosa y con vuelo a cada paso, o de mi irremediable angustia existencial por *tener que* ir al cine sola, -*cuál es el problema?* ¿qué mejor que salir de la sala en estado de ingravidez y que nadie comente?-, o de mi permanente *locura* trash-trendy in laaaave *cualquiereadora*, o de mi bipolaridad *galopante*. Pero no. Sólo que el gato de mi abuela tiene neumonía y que voy todas las mañanas a ayudarla con el antibiótico, el antimucolítico y la vitamina B12 porque ese gato, aunque enfermo, se resiste como si lo fueran a degollar. A pesar de que sé que es por su bien, me da mucha pena forzarlo, oyéndolo respirar como un acordeón pinchado. Todo esto, claro, tampoco es interesante, supongo que les importará más saber de mis tangas de encaje o de mis stillettos rojos de charol, bueno, no, últimamente no compré ninguna de esas cosas.

jueves

Detalles

La nostalgia se percibe en el estómago. Pasar por ciertas esquinas engendra un raro vértigo, sin importar si el recuerdo es suave o amargo, si el recuerdo no se recuerda o la esquina recuerda a otra esquina semejante. En suma, no hay encono personal en todo esto, si lo más al sur que he llegado por cierto motivo es a una zona que nadie sabe bien a qué barrio pertenece, si a Constitución, si a Parque Patricios, si a San Cristóbal, aquel enorme descampado donde aprendí a andar en bicicleta, por ejemplo, y otras tantas cosas que no vienen al caso decir, sobre todo porque la nostalgia es, precisamente, algo que no se puede decir jamás y, si fuera posible encontrar las palabras, nos darían bastante vergüenza. Pero el asunto es que yo iba en el 6 cartel rojo y el jardín estaba como nunca oscuro, y en esa ventana de postigos bordó no había ninguna luz.

viernes






Estoy otra vez en Buenos Aires. Madryn es fea, con esa fealdad contradictoria de una ciudad en eterna construcción, paredes sin puertas, puertas sin ventanas, paredes sin techos ni ventanas ni puertas, casas sin habitantes, pero un mar helado y quieto que puede burlarse de los ralos arbustos patagónicos y del viento arenoso que nunca deja de soplar, tan magnético como poblado de cangrejos y aguavivas de tamaño inverosímil. Por supuesto, no osé meter ni el pie. De los animalitos de rigor, el peludo me resultó adorable, como los pingüinos, agonizantes por la escasez de sardinas o anchoas o lo que fuera que carajo coman, y que provocan unas ganas de tocarlos difíciles de dominar, aunque está absolutamente prohibido: "¡por favor, es sólo una caricia, si igual se va a morir!", intentaba yo convencer al guardafauna con un humor negro no muy bien recibido. A pesar de que el sol cocina como un horno de esmalte, sólo estoy blanca y no blanquísima; ya abandoné toda esperanza y con el tiempo descubrí el discreto encanto de ser un vampiro. Fui al puerto de Rawson, también, pero no quiero aburrir hablando de astilleros, y tomé el té galés pero no quiero ser quejosa porque, hombre, he probado tortas mejores, y aunque cargué el kilo y medio de 2666 a cuestas, no atiné a leer nada, ni tampoco tuve ánimo, habiendo tanto para caminar, por más lejos que esté de ser una entusiasta de las excursiones cronometradas. Tanto la fealdad como la belleza son contradictorias, allá y en donde fuera, y el gris no es un color tan mustio, después de todo.